sábado, 1 de octubre de 2011

LA VERDADERA ESTATUA DE MORAZAN

Veamos cómo resuelve Patrick Deville el famoso asunto de la estatua ecuestre de Morazán en el parque de Tegucigalpa:
“…y según Sergio Chejfec, pueden cometerse otros errores más graves, o divertidos: sabía yo, por ejemplo, que la estatua de Francisco Morazán, en la plaza Morazán de Tegucigalpa, era en realidad una estatua del mariscal Ney”.
Y aquí entra otro personaje sorpresa, en un duelo habanero épico con García Márquez:
“…me concentré en un artículo de Eduardo Bahr, en el que rendía homenaje a Tegucigalpa, y que arrancaba con este inventario de la ciudad: dos ríos, doce puentes, seis montañas, dos catedrales, cien minas de oro abandonadas, mil calles, dos avenidas, cincuenta guerras civiles, quince gobiernos de uno a dos meses, un gobierno de dos días, seis dictaduras militares, una tiranía de dieciséis años, dos ciudades gemelas…
Respecto a la estatua ecuestre de Francisco Morazán, refiere, unas páginas más adelante, la pelea que tuvo con Gabriel García Márquez, un día en La Habana, a raíz de que el colombiano recogiera y propagara ese viejo rumor, según el cual la comisión de expertos en bellas artes, enviada a París para encargar la estatua de Francisco Morazán –la ocasión no era tan frecuente- entre cenas finas y revistas lijeras, no tardó en dilapidar las lempiras (sic) o las pepitas de plata del gobierno hondureño, conservando lo justo para regresar al país tras la adquisición, a precio de saldo, de una estatua ecuestre del mariscal Ney desechada por la Restauración”.
“Aquella misma noche invité a Roberto Castillo a cenar a una de las cantinas con techo de paja, donde las cenas finas consisten en rodajas de caracoles de mar y de huevos de tortuga. Su mirada se ensombreció de inmediato y recorrió recelosa los rostros de los clientes de las otras mesas, como si acabara de proponerle un golpe de Estado o un atentado”.
“El honor ultrajado tuvo una pronta y categórica respuesta: a la mañana siguiente me encontré en la recepción del hotel, el Lesly´s, otros artículos que aplastaban definitivamente el escorpión de ese rumor (…): la estatua ecuestre era obra del escultor Morice (…). Fue fundida, como lo demuestra un certificado, por la casa Thiébaut Hermanos (…). Y sólo el corte del uniforme pudo generar semejante calumnia.
El general Francisco Morazán no era soldado de carrera. Había combatido en tres o cuatro ejércitos de diferentes nacionalidades, cuyos uniformes no estaban claramente catalogados en la historia militar, de modo que el escultor parisino le había endosado lo que la Escuela de bellas artes de París consideraba que podía ser un uniforme de general durante la primera mitad del siglo XIX (…).
La mañana siguiente, tras leer los diferentes artículos que Roberto Castillo había mandado dejar para mí en la recepción del hotel, junto con los últimos números de su revista Galathea, (…), decidí que, en previsión de que las vicisitudes de la historia me obligaran algún día a solicitar un pasaporte hondureño, convenía poner fin a la polémica, y en lo que a mí respectaba, la estatua de Francisco Morazán era la de Francisco Morazán”.
Sobre todo este rollo de si la estatua de Morazán es auténtica o no, Miguel Cálix Suazo escribió un libro (publicado en 2005) precisamente con el título kilométrico de Autenticidad de la estatua de Morazán del parque central de Tegucigalpa. Ahí despeja de una buena vez todas las dudas y se despacha también a García Márquez con unas cuantas líneas.

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