jueves, 2 de marzo de 2017

PATACAN PATACAN

Por Roberto "Tito" Ortiz

Foto del perfil de Tito Ortiz, La imagen puede contener: una persona, gafas y primer plano

Yo le tengo miedo a los caballos, sin embargo me encantan. La última vez que me monté en uno fue en 1963. Tenía 15 años. 

Resultado de imagen para imagenes de caballosComo ya manejaba, íbamos un grupo de amigos en la Willys de mi papá, a la hacienda El Hato de Enmedio, propiedad de Don Jack Agurcia, Secretario Privado del Dr. Ramón Villeda Morales; tenían una hacienda con ganado vacuno y caballos.

El camino era angosto y de tierra y nos tomaba unos 45 minutos llegar desde el centro. Había una gran casa de gruesas paredes de adobe, techo de tejas y pisos de ladrillos cuadrados de barro. Toda la casa estaba rodeada de un gran ventanal forrado con tela metálica. No vivía nadie en ella.

Juan Agurcia hijo y yo somos muy buenos amigos y nos invitaba a pasar el día allá, donde es ahora la Colonia Tres Caminos. Adelante de la Colonia Kennedy.

Yo, quedito, le pedía al encargado de los caballos, que me diera el más mansito y el más chiquito; me acuerdo que él me dijo: Yo se lo doy, pero este caballo no tiene galope, solo trota; yo le dije que no me importaba. 

El caballo era bajito como yo y pintado con manchas de café y blanco, que parecía de los que usaban los Apaches. Se llamaba Pinto. Yo encantado de tenerlo. Le sobaba el cuello y la frente y le hablaba como uno le habla a los bebés para que me conociera según yo.

Eramos como seis amigos. Cuando salimos a correr en los caballos por todos aquellos campos de tierra rojiza, era lindo ver como todos iban a galope, con aquella suavidad como que fueran volando por el aire sin tocar la tierra. Pero yo, quedado bien atrás, a trote, brinquito por brinquito y respirando aquella polvareda que me dejaban los demás. Cuando los de adelante paraban para esperarme, yo los veía gozando, y yo trataba de disimular el dolor en el bazo y en "otros lugares" por la gran brincadera.

Estaba lloviznando y bajábamos por un camino arcilloso con grandes arbustos en ambas orillas y que tenía bastantes curvas. Uno de los amigos me pasó a gran velocidad y cuando iba a mi lado me gritó en tono burlón: ¿Porque tan lento Tito?


En la siguiente curva lo encontré tirado en el monte, llorando y asustado de verse la mano roja al sobarse la cabeza con la mano mojada. Creía que era sangre. Pero no, era barro.


Las caballerizas quedaban en un nivel mas bajo que el resto de la propiedad.


Cuando fui a entregar a Pinto, ya todos habían entregado sus caballos desde hacía como media hora. Me despedí de mi caballo apache, bien adolorido y caminando corneto como vaquero por el dolor en los "Otros lugares".


Mauricio Villeda que era uno de los del grupo, había cabalgado en un caballo árabe pura sangre que le habían obsequiado a su padre y que los Agurcia le habían hecho el favor de cuidárselo en su hacienda. Era un bello ejemplar negro, de porte elegante, veloz y siempre con su cola peluda en alto. Se llamaba Bucéfalo igual que el caballo de Alejandro Magno.


Mauricio, a gritos, desde arriba me dijo: Gordo, por favor cuando subás me traés a Bucéfalo.

Yo pensé, por maje lo voy a llevar halado. Me voy a montar en él. Solo me subí en el brioso corcel y éste salió a la carrera cuesta arriba sin control. Pasé volando al par de Mauricio y yo gritando, pero el caballo continuaba a toda velocidad. Cuando ví que nos dirigíamos a una arboleda, decidí tirarme a como diera lugar. Solo me tiré y el caballo se paró a mi lado y me quedó viendo con sus grandes ojos negros y brillantes. Mis ojos estaban llorosos del susto.

Nunca más pensé. Nunca más me subo en un animal de estos. Y cumplí con mi palabra.

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