Mi profesor de química en Berlín nos llamaba idiotés en sentido griego. Pericles afirmaba que los “idiotas” eran inútiles para la política y la comunidad. Las cosas cambiaron cuando Locke, el ideólogo del liberalismo, proclamaba que cada hombre debía ser un self, un sí mismo. Hegel terminó la recuperación del individualismo cuando afirmó que el ser en sí y para sí, el hombre liberado, asemejaba al espíritu absoluto. Marx afirmó lo mismo, pero para la clase social y transfirió ideológicamente el egoísmo económico al egoísmo político. Idiota es el egoísta, etimológicamente, o el tonto para los fines de este artículo.
De nada ha servido la crítica de los “indignados” de la primavera de Berlín y el mayo francés del 68, que denunciaron al profesional egresado de las universidades europeas como “un tonto especializado”. El mundo globalizado no entendió que el individuo que actúa en función de su propio interés es una amenaza para la estabilidad y continuidad de la existencia humana. El idiota está diseñado para el éxito financiero, político y social. El idiota, como tonto centrado en sí mismo, ha creado la irracionalidad y los abusos del sistema del dinero.
El idiota político, por el contrario, alimenta la autocracia y la democracia funcional paternalista (caso Torrijos con la democracia de los 505 y Ricardo Martinelli con su proyecto de partido único). La gobernabilidad del planeta está sometida a un colapso inminente por el abuso de los dos poderes: el dinero y el poder administrativo militar.
Este mundo de idiotas es abiertamente hostil al mundo de la solidaridad, la justicia y el perdón. El idiota surge de la prepotencia de los dueños del dinero y del poder. Ni la alta tecnología del bienestar para unos pocos ni el miedo a morir de la mayoría son hoy herramientas de seguridad y futuro.
Desde Confucio, Sócrates y Cristo, hasta Mahatma Gandhi y Nelson Mandela, los principios éticos y no los valores afectivos de la moral de los idiotas son los fundamentos de un planeta digno y decente.
Panamá es reflejo de este mundo creado por el individualismo desenfrenado. Ahora, tardíamente, se descubre que la educación superior es casi fraudulenta. La pregunta del millón es quién fiscaliza al fiscalizador que dice que hay universidades privadas fantasmas. En teoría, la Universidad de Panamá, que se debe a la comunidad universitaria, es la institución que tradicionalmente fiscaliza la calidad educativa para que los profesionales sean ciudadanos de provecho y no tontos especializados.
¿Está la comunidad universitaria en capacidad de asumir el reto de garantizar una educación superior? ¿Conoce el rector vitalicio la misión de formar profesionales ciudadanos, revestidos de principios universalizables? ¿Son las autoridades ejemplos de justicia, autonomía y solidaridad? ¿Es el rector y los decanos gentes competentes para hacer el bien y nunca el mal profesional y comunitario?
La situación de la calidad y excelencia académica de los futuros profesionales se complica porque la Ley 30 de 2006 coloca al Ministerio de Educación como cabeza del Sistema Nacional de Evaluación y Acreditación de las carreras que aprueba el Estado panameño.
¿Cómo será posible, si dicho Ministerio apenas garantiza una educación media de competencias y solidaridad? ¿La Universidad de Panamá ha dejado correr este sistema y ha renunciado a su papel constitucional de garante de la educación superior?
El resultado es dramático: ni el ministerio es capaz de dirigir el sistema de educación superior ni las autoridades universitarias están comprometidas a cumplir con la Constitución Nacional. La nación padece de la falta de profesionales capacitados íntegramente y los megaproyectos inundan el país de personal foráneo. Nuestros negocios y economías pasan a manos no nacionales, como sucedió con el ferrocarril, el Canal, los servicios derivados de la Segunda Guerra Mundial y ahora con los proyectos del gobierno Martinelli.
Tenemos que enfrentar la alarma de la crítica certificación de universidades privadas y públicas con dos medidas concretas: la radicalización de la democracia universitaria que supere el clientelismo electoral y la rápida creación de un Ministerio de Ciencia y Educación Superior.
Robert Arozamena Jaen
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