RUMBO A LA SENILIDAD
Tercera edad es un
término que hace referencia a las últimas décadas de la vida, en la que uno se
aproxima a la edad máxima que el ser humano puede vivir; y con la vida y tipo
de alimentación que llevamos quien sabe hasta cuándo podemos aguantar; hay
personas que llegan a los 100 años y otros pasan la meta.
En esta etapa del ciclo vital, se presenta un
declive de todas aquellas estructuras que se habían desarrollado en las etapas
anteriores (juventud), con lo que se dan cambios a nivel físico, cognitivo,
emocional y social. A pesar que esta fase tiene un punto final claro (la
muerte), la edad de inicio no se encuentra establecida específicamente, puesto
que no todos los individuos envejecen de la misma forma. No obstante, debido que
la edad biológica es un indicador del estado real del cuerpo, se considera que
se trata de un grupo de la población que tiene 65 años de edad o más.
Por vanidad,
por conveniencia, por costumbre, o por lo que sea, las personas generalmente
ocultan su edad, al punto que preguntar por ésta ha llegado a considerarse como
una falta de educación e incluso como una ofensa, sobre todo cuando se trata de
mujeres. Claro está que eso no se predica de todas, pues generalmente las muy
jovencitas y las bien mayorcitas no tienen inconveniente en confesarla. Las
primeras, porque no tienen motivos para ocultarla, y las segundas, porque ya no
tiene sentido esconder algo que de por sí se hizo ya muy evidente. Así
las cosas, la preocupación por la edad se contrae a aquella franja que
oscila entre uno y otro extremo.
Sin embargo,
se dan situaciones en que decir la edad, e incluso aumentarla, genera dividendos. Basta
observar cómo mujeres de edades cercanas a los 55 años y hombres de 60 o
un poquito más, no tienen reparos en ubicarse en la cola de los “viejitos”
cuando se acercan a las ventanillas de los bancos. Es allí y en ese
momento en donde la señora que recién llegó al “quinto piso “y el
“sesentón” que ya ha empezado a pintarse o chinoliarse las canas y el bigote.
Ahora bien,
el asunto se vuelve serio cuando nos vemos avocados a tener que desprendernos
de esas veleidades y ubicarnos en el lugar que realmente nos corresponde.
Sabemos que ya no somos jóvenes, pero sentimos que todavía no nos merecemos que
nos llamen ancianos.
Y entonces
viene la pregunta que siempre creímos que tardaríamos mucho en planteárnosla,
pero que de pronto se nos vino encima: ¿Somos viejos?, ¿somos de la
tercera edad? ¿Somos adultos mayores? somos
ancianos? ¿Qué carajo somos!!!? ¿Quién nos puede responder esa
pregunta? Los amigos y nuestros padres mayores que nosotros nos dirán que
todavía “aguantamos”, “que estamos en la plenitud de la vida”, los jóvenes nos
responderán que “ya estamos pitando en las curvas” o que nos miamos en los
zapatos y los mayores nos subirán el ánimo diciéndonos que aún estamos
muchachos; y nos sentimos como en las nubes, pero que fiasco.
Cuando una persona ya sea hombre o mujer
cumple 50 años los celebra, pero cuando entra a los 60 ya no los festeja con el
mismo entusiasmo porque la sociedad comienza a calificarlos como personas
de tercera edad, son los que ya están por jubilarse, o ya se jubilaron, algunos
viven con su familia, otros viven solos. Yo como no gasto energías en celebrar
aniversario no me preocupa.
A estas
alturas y pasando de los 50; los que se han dejado crecer la “timba o la viola”
cuando ven a una jovencita comienzan a hacer abdominales para tratar de llegar
a ser el papa de Superman; ya las bisagras
comienzan a tronar y rechinar como catre viejo, ya sus horas de dormir se van opacando; las
reumas comienzan a aflorar y cree que la medicina esta en lo que dicen todos
los médicos que se encuentra en la calle; las arrugas (aunque yo tengo pocas) inician
su recorrido como callejuelas y hay otros que se les nota la marca del zorro y ¿
quién ha dicho que las canas representan senilidad?, tengo parientes y amigos que nacieron canosos sin ser albinos.
Pero en fin,
esta es la edad diaria que dios nos da; aunque la Biblia dice que son 70 y los
más robustos 80 con todos sus achaques; ante todo esto, le doy gracias a mi
Dios por haberme dado tanto y de aguantarme tanto tiempo en estas seis décadas
de vida; gracias por la gran y numerosa familia: mis padres, abuelos, tíos,
primos y otros afines; gracias eternas a mi Dios por mi bella
familia, mi esposa y mis dos hijos: Allan y Andrea; gracias también por quienes me rodean MIS AMIGOS por quienes guardo un alto aprecio.
Dios me dio
la dicha de nacer el mismo día que nació mi padre RENE SAMAYOA (el cumple 89)
Dios me lo guarde y me lo cuide hasta que Él diga.
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