Por: Anselmo Rubio
La permanente crisis en que vive el país
ha creado una rara clase social que navega entre sueños y encantos. Que
al final se convierten en pesadillas. Sueñan que son millonarios y que,
principalmente sus hijas, encontraran un millonario para casarse y
sentir el orgullo de respirar el dinero del yerno rico y alardear con
los vecinos y amigos.
En una mezcla de sueños y realidad, las
familias hacen milagros para mantener las apariencias y son capaces de
pactar con el mero diablo para hacer creer a los demás que son ricos.
Hay niveles. Unos Lucen sus mejores galas con prendas compradas en el
agachón, presumen con vehículos comprados con préstamos y hacen el
esfuerzo de educar sus hijos en centros privados.
Viven de una
micro o un empleo y son estables mientras trabajan. Han invertido en
darse algunas comodidades y generalmente habitan en casas compradas con
créditos a largo plazo. Muchos alquilan y no permiten que sus hijos se
relacionen con la gente del barrio o colonia, a quienes consideran
plebeyos. Clasifican el vecindario y solo se relacionan con gente a
quienes consideran dignos.
Otros viven de negocios o medianas
empresas. En este orden sugerimos una pirámide normal. Cerca de la
cumbre están los que se acercan a los millonarios. Comprometen hasta su
conciencia y están hasta la pata con los bancos. En realidad no tienen
nada, todo lo tienen hipotecado, pero conducen lujosos vehículos y se
dan el lujo de viajar. Habitan casas parecidas a las de los millonarios y
sus hijos se codean con la burguesía en costosas escuelas bilingües.
La idea es mantener las apariencias, “por si las de hule”, se pesca un
millonario. En la base están los que han salido de la micro y ahora son
pequeños empresarios o los que han subido en la escala salarial. Algunos
son intolerables.
Lograron crédito en agencias de vehículos y manejan
un circulante que les permite soñar que son millonarios. Así se educan
sus hijos compartiendo el encanto en escuelas bilingües de baja
categoría.
Menosprecian a aquellos que consideran indignos para
sus hijos e hijas u otros familiares cercanos, en espera de un merecido y
acaudalado príncipe o princesa azul. Aunque viven en barrios y colonias
de baja cuantía, se conducen en las nubes. Generalmente son víctimas de
la hipocresía ya que pierden su propia identidad. No caben entre los
ricos y famosos. Son despreciables ante los que se creen ricos, y caen
mal ante los pobres que no toleran la soberbia.
La crisis, más
que material es moral. Hay una incalculable pérdida de valores. En la
lucha por alcanzar riquezas, se atropella los seres más queridos y se
destruyen familias en su génesis, por que no pertenecen a la clase
social imaginaria. Se educan hijos con antivalores. Crecen creyendo que
son ricos. Al chocar con la realidad, caen en las garras del
narcotráfico, prostitución, o cualquier actividad delictiva con el fin
de continuar la farsa de un millonario.
No es malo pretender o
tener bienes materiales, académicos o intelectuales que se deriven de
una conducta sana. De hecho estamos obligados a luchar por la vida en el
marco de una realidad objetiva, que nos permita construir una sociedad
que prime los valores. En especial los valores familiares que son la
base para exaltar la justicia y el amor hacia nuestro prójimo.