Por Galel Cardenas
El asesino del pueblo hondureño tiene nombre y se llama Juan Orlando Hernández, es un asesino institucional, le ha arrebatado todas las conquistas que el Estado Beneficiario Liberal construyó desde la Huelga de 1954.
El Estado ha sido desmantelado y saqueado como si fuera un botín de guerra, una arca abierta a todo los delincuentes que salieron de la caja de Pandora, como si una banda de forajidos, malhechores o facinerosos hubiese asolado el país como una plaga maldita que arrasa con todo el cultivo que producen los campesinos.
Casi nada queda en pie, la Constitución es un remedo de lo que fue hace unos treinta años y que conste fue redactada por las fuerzas dominantes y sus títeres dirigentes obreros y campesinos.
Todas las fuerzas conservadoras, reaccionarias, apátridas, represoras, mercenarias, venales, retrógradas, se han confabulado a la voz de una para convertirse en una de las más trágicas, desastrosas, funestas y nefastas amalgamas de la clase dominante aliada al imperio inhumano, cruel y devastador de la humanidad.
El 28 de junio de 2009 Estados Unidos montó en Honduras una dictadura con el fin de que sirviera de dique, muro de contención o impedimento a la fuerza popular que junto a un presidente que había cortado los lazos de la dependencia ante la burguesía antipatriota y su aparato de represión jurídica y militar, lo había acompañado en el andar por los senderos de un nuevo humanismo y un sendero de albas latinoamericanas tendientes a independizar los pueblos sometidos al yugo imperial y neocolonialista.
Por eso, desde Micheletti, Sosa, hasta Hernández, todo fue un proceso de afinamiento dictatorial del sistema implantado en aquella fecha aciaga, para dejar al más abyecto del trío infernal, al esquizofrénico demencialmente ambicioso del poder totalitario, sin escrúpulo alguno, el personaje capaz de vender la república a quien lo ha colocado en la más alta magistratura nacional por la vía del fraude, la fuerza militar, el asesinato, el desmantelamiento del Estado, para repetir igual que el rey francés Luis XIV de Francia en épocas de la monarquía absoluta y absolutista, ¨El estado soy yo¨, allá por el 13 de abril de 1655.
Con tales premisas arribó al poder uno de los más oscuros anti-humanos seres que ha producido la política vernácula hondureña para concretar los objetivos imperiales en Centroamérica, a fin de que Nicaragua y El Salvador (FSLN y FMLN) no se extendieran al país mediante la victoria electoral repetida de los arrestos del Frente Nacional de Resistencia Popular, nacido en las calles contra el Golpe de Estado, el Partido LIBRE y la Alianza Opositora contra la Dictadura.
Convertido en títere, fantoche, marioneta o pelele, con gran ostentación cínica y bestial, JOH es la representación de lo más ignominioso, infame y vil que ha sufrido el pueblo hondureño en todas las facetas que se le mida, califique o critique.
A nivel externo ha puesto el país en una plataforma de indignante posición internacional. Prosigue todos los preceptos de los organismos internacionales financieros, colectivos de carácter imperial. Aplica los dictados norteamericanos a pie juntillas como el caso de votar en la ONU a favor del traslado de las embajadas a Jerusalén, violando los acuerdos respectivos, sigue los dictados de la OEA, la Unión Europea, y todos aquellos organismos mundiales que expresan los más crudos intereses de la hegemonía neocolonial gringa.
A nivel interno, ha desmantelado el Estado Beneficiario Liberal para darle paso a la doctrina neocolonialista de pasar las funciones del Estado a las compañías privadas empresariales, y por ello, ninguna empresa de servicio público estatal pertenece al Estado si no a las corporaciones estadounidenses y latinoamericanas.
Ha saqueado las arcas nacionales con el sin fin de procedimientos de atraco y asalto protegido por toda su camarilla personal gubernamental y de los poderes que en sus manos constituyen un instrumento individual de concretar aquella frase famosa ¨haré lo que tenga que hacer¨.
Ha configurado una banda muy bien montada de saqueadores, violadores de la Constitución, defensores jurídicos de sus adefesios dictatoriales que han colocado a Honduras en las estadísticas de la vergüenza a nivel internacional.
Y en donde ha mostrado ser el perro fiel y faldero del imperio ha sido con la aceptación de la derogación del TPS para los hondureños, y no ha movido siquiera un dedo para enfrentar y exigir que a cambio de su venta de la soberanía patria, al menos Trump colabore con su gobierno para proteger a los hondureños que trabajando en Estados Unidos envían remesas que refuerzan la muy débil y desastrosa economía nacional.
Es como si poniendo el trasero de la indignidad sea hundido en los miasmas asquerosos de la sub humanidad nacional.
Un servil, un rastrero, un despreciable presidente con rostro de can de circo de mala muerte, es aquello que presenta ante el gobierno más despótico del planeta y su desquiciado presidente racista.
Sólo el pueblo insurreccionado podrá lavar todo la degradación en que hemos caído por culpa de la empresa privada, el ejército, la policía, el poder legislativo, judicial y ejecutivo, aupado por el poder fáctico que se enriquece exageradamente con los dineros sucios del narco gobierno de Juan Orlando Hernández.
Derrocar al dictador, vende patria, mercenario y asesino es ya un imperativo categórico del pueblo insurreccionado en las calles e indignado por tanta alevosía, ventaja y premeditación deshumanizada.
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