miércoles, 26 de febrero de 2020

LA CASA MORAZÁN Y CARLOS TURCIOS
Galel Cárdenas
Honduras, vive momentos de una crisis espantosa. La hondureñidad está perpleja de los acontecimientos políticos que en su seno se desarrollan mientras la muerte pareciera asolar los rincones más recónditos de su extensión territorial.
Un régimen destructor de los valores más elevados de la ética y la moral se ha alzado con el poder general socavando todo aquello que un día constituyó la institucionalidad como elemento fundamental del derecho, la convivencia igualitaria, el reparto de la justicia y salvamento de la soberanía nacional.
En ese contexto, la figura de Francisco Morazán se alza como un portento de los más altos valores de la patria, el más egregio de los egregios, el combatiente, el estadista, el utópico, el grandioso Francisco Morazán, es realmente la figura que nos sostiene como patriotas que deseamos alcanzar la utopía de una nación con plenitudes indispensables para la vida nacional.
La fundación de la Casa Morazán tuvo como objetivo consolidar tales valores, educar la juventud en una axiología capaz de amar la historia de las redenciones patrióticas, donde no exista la más mínima duda de que su presencia en el espíritu generacional del futuro es una necesidad moral para consolidar la patria utópica del héroe epónimo de todos los tiempos.
El edificio donde nació Francisco Morazán se construyó en el año 1761, unos treinta años antes de nacer el general de generales. Las dueñas de este inmueble fueron las hermanas Gregoria y Marina de apellido Morataya, quienes provenían de Cataluña, España.
Hacia el año 1792 la familia Morazán Quesada se trasladó a vivir a este inmueble, ellos vivieron allí hasta el año 1846, cuatro años después del asesinato en Costa Rica del héroe.
Fue en el año de 1954, cuando el Estado decidió comprar esta casa con el propósito de que sirviera de archivo y biblioteca.
Es en 2006 cuando el gobierno toma la decisión de convertirla en un centro de homenaje permanente a la vida, obra y pensamiento del ciudadano hondureño más elevado en su moral política, militar y civil, Francisco Morazán.
En el año 2015 se restauró el edificio transformándolo en dos perspectivas, la parte patrimonial y el segmento moderno.
Con la llegada del abogado Carlos Turcios (2010), nombrado Secretario Ejecutivo, la Casa Morazán se convierte en un verdadero templo de homenaje a la figura más impactante de la historia de Centroamérica, al hombre que trascendió los límites de la territorialidad mesoamericana para alzarse junto con Simón Bolívar, Antonio José de Sucre o José de San Martín, en el orto del continente de la esperanza, como le llamó Hegel a la América insurrecta.
El nombre completo de este insigne hondureño, Secretario Ejecutivo de la Casa Morazán, es Carlos Guillermo Turcios Acosta, quien desde su cargo administrativo de esta casa elevada al rango de templo sagrado de la patria, ha logrado dignificarla utilizando todos los insumos posibles de arte, literatura, historia y música, convirtiendo sus corredores en verdaderos murales de pintores reconocidos de la contemporaneidad hondureña.
En esta Casa Morazán se respira patria, soberanía, respeto, utopía, historia valiente, arte liberador, palabra inspiradora, sueños y quimeras fundacionales, en fin, esta Casa es el ombligo del ser nacional, el preclaro, floreciente, constructor de la identidad nacional.
Carlos Turcios, como simplemente lo nombramos tiene la paciencia del patriota que cuida los jardines de la hondureñidad, con un esmero preciso y fervoroso.
Conversar con Carlos Turcios es realizar un viaje por la historia primigenia de las luchas patrióticas de los fundadores de la Honduras independiente y soberana, plena de justicia y equidad.
Tiene un carácter suave, prudente, un humor y una alegría siempre entusiasta como todo lo que ha logrado establecer en esta Casa física, pero que él la ha convertido en una estancia espiritual de historia rediviva.
La Casa Morazán, en medio de la tormenta del país que parece hundirse en el abismo de la indecencia, la procacidad y el despeñadero, sirve muy bien a niños, jóvenes y adultos, para respirar un poco de aire de esperanza, de utopía, de ensueño que se alimenta de las batallas brillantes del epónimo y conspicuo general de todos los tiempos, Francisco Morazán, acompañados de hombres enhiestos como Dionisio de Herrera, redactor de la primera constitución de la república, de José Trinidad Cabañas, ejemplo de honestidad, lealtad y arrojo combatiente, de José Cecilio del Valle, el enciclopédico por excelencia de Centroamérica, de Josefa Lastiri de Morazán, financista de los sueños unionistas de su esposo que recorrió la América Central como un centauro plenipotenciario de la patria grande.
En fin, recorrer los espacios de la Casa Morazán es introducirse en un país que soñamos, que alimentamos en nuestras conciencias de patriotas comunes, libertarios y sencillamente ciudadanos del mundo de la exaltación nacional.
En sus salones se presentan libros de historia, poesía, narrativa, teatro, se dictan conferencias sobre los temas inherentes a la patria en perspectiva, se rinde homenaje a los hombres y mujeres, probos y probas, de una magnitud histórica indispensable.
Por allí transitan artistas, pintores, músicos, poetas, historiadores, ensayistas, académicos, periodistas, pero esencialmente niños y jóvenes de escuelas y colegios que han convertido a la Casa Morazán en un templo de historia y espíritu patriótico, bajo la sombra siempre viva del más grande de todos los héroes de una patria que sigue todavía en construcción utópica y esplendente.
Y Carlos Turcios es el director de esta máxima expresión de patriotismo que queda en pie todavía, pese a la miseria, intriga y menosprecio a que ha sido sometida, a veces, este espacio físico y espiritual tan admirable para el alma de todos los hondureños que perseguimos la utopía de Francisco Morazán y sus congéneres generacionales de su época.

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