Callejas: sin pena y sin gloria
La muerte del ex presidente Rafael Leonardo Callejas ha sido más lamentable que trágica, más ingrata que inesperada. Se fue al otro patio en un tiempo neutro, cuando los decesos no son noticia y cuando las candilejas políticas se han apagado debido al pánico mundial de una peste viral.
Así que el político contemporáneo más controvertido de Honduras no únicamente murió fuera de su patria, contra todo pronóstico acabó sus días como un condenado, en la soledad irreparable de un proceso judicial agobiante y alejado para siempre del millón de correligionarios que en sus mejores días lo trataban como a un Monarca.
Pero ¿quién fue realmente Rafael Callejas y que representó en su momento para el rumbo político y económico que Honduras tomó a partir de 1990? ¿Fueron ciertas o al menos comprobables las acusaciones que al final de su vida lo llevaron al encierro y al destierro?
Veamos: en los días en que fue requerido por la justicia norteamericana para que respondiera por supuestos manejos indebidos en las arcas de la federación de fútbol de Honduras, yo escribía junto a él y con su consentimiento, un libro confesional que iba a titularse "Callejas, la vida de un líder" y el propósito de la obra era entre otros dejar un testimonio en primera persona de su vida íntima, su gestión pública, sus secretos (que eran muchos desde luego) y sus admirables maniobras para alcanzar a los altos cargos que llegó para bien o para mal.
Aunque el libro está terminado la publicación quedó en suspenso porque la primera cosa que voy a decir, a manera de primicia, es que el Monarca murió en una pobreza inmerecida.
Su deterioro económico comenzó en 1994 cuando ya sin poder comenzó una agonía sin fin para defenderse de los catorce juicios que Carlos Roberto Reina levantó contra él. Los abogados le fueron comiendo las vísceras y no pararon hasta deshuesarlo.
En el afán de reparar su imagen que fue cruelmente dañada por propios y ajenos, Callejas jugó los últimos cartuchos de su guerra personal y solitaria en un terreno lleno de trampas que le era desconocido: el fútbol. Quiso usar en la Fenafuth las mismas estrategias que quince años atrás habían sido eficaces en la política y de alguna manera lo consiguió.
Cuando Callejas llegó al poder en 1990 Honduras era más pobre que un barranco. Las escuelas estaban llenas de chuñas y en las carreteras ya sólo quedaban cascotes y baches de lo había sido la red vial construida décadas atrás por los militares. La deuda y el déficit fiscal eran los peores de la historia y no había crédito ni tan siquiera para comprar gasolina. Aquel desastre socio financiero demandaba un alto costo político que Callejas asumió con valentía y algo de convicción. Actuó como un estadista y en contra de la tradición mafiosa del partido que representaba.
Aunque integró su gobierno con tecnócratas calificados, ninguno entendió jamás los alcances de su plan de modernización el cual era hasta en sus últimos detalles una receta liberal para intentar meter ideas de progreso, competencia y activación en una clase empresarial mal acostumbrada al estatismo y al proteccionismo. Consecuente con las tendencias de la época y apoyado por el gobierno de Bush el viejo, Callejas implementó un tren de reformas agresivas que traducidas a cifras llegó a la bicoca de mil millones de dólares, una gestión monumental si tenemos en cuenta que por aquellos días con dos lempiras se compraba un dólar.
Su estilo directo, práctico y sincero molestó en su día a todos sus correligionarios porque el político más brillante que tuvo Honduras en los tiempos modernos se equivocó de partido. El Partido Nacional es y siempre fue una mafia retrógrada, corrupta y servil que jamás congenió con los ideales de un líder educado que sin jactancias promovió el desarrollo, la democracia y la tolerancia. En términos generales Callejas jamás ofendió a nadie y se defendió a solas de todos los ataques que ignorantes y académicos prepararon contra él.
Como político nunca necesitó comprar prensa ni conciencias y jamás escuché en su boca alguna frase de odio hacia alguien. Sabía escuchar y reconocer errores y hacía uso de su gentileza y su astucia para ayudar a los demás al margen de colores y banderas. Hay dos hechos consumados e innegables que así lo demuestran, su pundonor para aceptar la injusta derrota electoral de 1986 y su perseverancia para repatriar a todos aquellos hondureños que por razones ideológicas habían huido del país.
La tentación de quedarse la tuvo como todos, pero Callejas era un demócrata que se tomaba la política como un juego cerebral, no como una contienda de pistoleros y bravucones. Mientras escribía su biografía entendí que casi todas las acusaciones contra este político eran falsas pero lo más sorprendente era que muchas de estas invectivas habían sido esgrimidas por falsos amigos que después lo traicionaron. Muchos, como cabe suponer, de su antiguo gabinete y de su mismo partido.
Al llegar a la Fenafuth (2006) se puso a trabajar en dos temas tremendos, conseguir dinero de forma urgente para sacar a dicho organismo de la bancarrota y considerar las posibilidades reales de que Honduras volviera a participar en un mundial de la Fifa. Eran dos tareas para un titán pero Callejas las asumió porque en el fondo siempre abrazó un optimismo algo ingenuo con respecto a las tareas de país que a un patriotero nacionalista no les darían ni frío ni calor.
¿Consiguió Callejas sus objetivos en la Fenafuth? Sí y con creces. No sólo coló dos veces la selección de fútbol al magno evento de la Fifa, además pagó puntualmente la nómina de ese montón de vividores y saqueadores que integran la Fenafuth y de paso, a través de su labia, les subió la estima a un plantel de futbolistas apagados y ahuevados que veían una pinche calificación al mundial como una gesta imposible para caitudos.
Así llegamos al 2016, en manos de Alfredo Hawitt (sucesor de Callejas en la Fenafuth) el sueño de seguir participando en la justa mundialista se desvaneció no solo porque se destapó la cloaca de Joseph Blatter si no también porque Honduras llegaba a los mundiales por gestiones políticas audaces y no por virtudes deportivas que no tenemos. En otras palabras la generosidad de Callejas llegó tan lejos que usó la diplomacia inclusive para vender mundialmente la fantasía popular de un deporte que nunca aprendimos.
Para finalizar ¿cómo atraparon a Callejas y de que lo acusaron? Lo acusaron, increíblemente, de haberse echado a la bolsa a una banda de especuladores idiotas que se dedican a traficar con señales televisivas en los Estados Unidos.
Eso sería como usted le pidiera a su brujo la devolución del dinero que voluntariamente invirtió en un brebaje que no dio resultado. Si hubiera justicia (y algo de cordura en este mundo de locos revenidos) los norteamericanos no hubieran acusado a Callejas de hacer su trabajo que era vender piedras a buen precio, en vez de eso hubieran encarcelado a los altos ejecutivos de Media World por imbéciles.
¿Y quien entregó en bandeja al ya indefenso Callejas cuando los gringos lo pidieron frito y servido? ¿Quien otro? por aquellos días sólo existía un político capaz de frenar el macabro plan de dictadura que ya estaba en marcha y ese político carismático se llamaba Rafael Callejas Romero. No quiero ni imaginar la sonrisa de Satanás cuando recibió la noticia de que los gringos le estaban dejando el camino allanado y libre de estorbos.
Merecía Callejas un castigo tan amargo y humillante, merecía morir desterrado y en la vil indiferencia partidaria. Creo que no. Pero qué puede hacer una buena persona (desterrada y enferma) contra un país arrodillado ante la tiranía de un usurpador que convirtió a los periodistas en lacayos, a los empresarios en esclavos y a los militares en guachimanes. La última vez que hablamos le dije "no se preocupe don Rafael, cuente con mi honra y con mi respeto para toda la vida" y me reconforta saber que hice lo que pude antes de que la muerte diera su sentencia inapelable.
Cesar Indiano.
La Fotografía :
Rafael Leonardo Callejas Romero, Presidente de Honduras 1990-1994
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